martes, 13 de abril de 2010

Número 5



¡Saca canguro!

Hace años que Aitor Berrueta y Villazán, el vasquito, –hijo de brasilera y uruguayo del Chuy– forma parte del paisaje, o mejor diríamos del mobiliario urbano fijo de la querida Plaza Libertad. Esa geografía de culto a la que por vida estaremos regresando, como vuelve el gordo Troilo al barrio convocado por sus manos amigas, las estrellas del cielo.

“Conocí al Aitor cuando remontábamos barriletes y éramos expertos en desanudar galletas de hilo”, nos eyecta abruptamente de la poesía el pintoresco Rodolfo Sande, alias Lolo, decidor al que iremos conociendo si aún no tuvimos las desconcertante oportunidad. “Era un bepi un poco timorato –continúa Lolo hablando sobre el Aitor-; algo quedado en el sentido amplio de la vida. De esos a los que les decís: ‘andá a buscar la pelota vos que corrés rápido’, y va contento”.

Si cada lado del cuadrado de una plaza es un barrio aparte, al Aitor lo ubicamos sobre el flanco de Fray Beltrán donde –como ya resaltamos en esta Guía- se situaba la mejor cancha del gran baldío, sombreada en sus límites por los árboles de moras. En esa franja cultivó amistades territorialmente forzadas –es decir, normales– con personajes ya aludidos, como el famoso joven cabra –compartían cierta actitud de retracción personal– y otras inefables criaturas de manufactura lomense como el conocido Yayo, que marchaba con su cometa al viento entonando un estribillo musical muy sonado de la época, pero claramante desfasado con su edad: “Yo tuve dinero/ y lo perdí con el juego y la bebida”.

Regresemos sobre el Aitor y ya lo vemos de bien chiquito con la remera oficial de los Titanes en el Ring, la de cuellito verde. Le habían comprado la del payaso Pepino, que lo hacía parecer algo más tontuelo de lo que marcaba su realidad global. De grande procuró recuperar terreno estético con sus remeras de Fruit of the Loom y unos Quarry bordó bombilla con un ferrocarril de tachas trepando por las piernas. El conjunto más o menos funcionaba, salvo por unas Nike Feraldy con la combinación celeste-amarillo patito que trastocaban el logro.

Pero el problema central era otro. “Aitor también era era lenteja para el encare –sigue contando Lolo–. Un amigo en común, Alfajía, decía con su infinita maldad: ‘Me parece que este va a debutar el día que Los Andes juegue con una camiseta amarilla’”.

Ya estarán pensando que así fue. Y así fue. Los Andes estrenó, casi de incógnito, una casaca del color del sol en un partido sin trascendencia de visitante con Tristán Suárez, en 2007. Y pasada la medianoche de ese día lo vieron al Aitor emerger del Bronco de Lanús, reciclado a nuevo (Aitor, no el Bronco), con una sonrisa “que le llegaba del Puente de Gerli hasta el Abremate”, como apuntó Lolo con su pluma excepcional.

Pero ni esta camiseta amarilla, ni la tan criticada azul y dorada del 2000 en la “A”, ni aquella otra rojiblanca a rayas horizontales del 68; ninguna otra camiseta que haya vestido nuestro primer equipo produjo tanta sorpresa e hilaridad como la que usó en un partido en los tardíos años 70: la increíble casaca que lucía en su parte frontal la figura de un simpático animal saltarín.

Quepe nopo sepe?/ Yopo lopo sepe!/ (Soy porteño como usted), decía el insondable eslogan publicitario en jeringozo de la primera cadena de supermercados del país: Canguro. Había un Canguro en la Capital, en Castelar, en Lanús, y también en nuestra zona, más precisamente en el sitio donde se ubica el actual Coto.

“A la usanza de la época –se inmiscuye, como siempre, en esta Guía el pertinaz historiador milrayitas Pablo Marcos Videla-, el supermercado tenía un servicio gratuito de colectivos. Uno de los ramales pasaba por Laprida, que era mano al revés que ahora, y entonces los muchachos se subían a los micros cuando nos tocaba en la cancha de Temperley, para ir de arribeño. Como el fercho se avivaba fácil y se ortivaba, yo le chafaba a mi vieja una bolsa de los mandados de esas que se hacían con pedazos de saché de leche. Parecía una nena con la bolsita, pero el tipo me tenía que llevar”.

En su despliegue publicitario para cautivar clientes, Canguro fabricaba unos canguritos de goma que aún circulan entre los mercachifles de la web. Y además –y ya vamos arribando al punto que nos interesa- unas remeras de piqué blancas con vivos azules y ese marsupial insignia estampado en el pecho.

“Así era –confirma Pablo Marcos Videla -. Y justo se dio la casualidad de que un encargado de depósito era hincha nuestro y separó un lote que donó generosamente al club para el destino que la institución eligiera darle”.

En la tónica habitual, el empleado del club que recibió las bolsas eligió darles un destino provisorio. Las tiró, digamos, las guardó, debajo del escenario del ex Salón Samaniego, en la cancha.

Las camisetas quedaron en el olvido, hasta que se suscitó una emergencia. En un partido en el Gallardón contra Talleres, el árbitro estimó que los colores podrían empujarlo a la confusión e instruyó a los directivos que solucionaran el inconveniente con premura. Maduraba el desconcierto cuando al empleado se le prendió la lamparita y corrió por la solución.

De manera que Los Andes jugó ese partido con la extravagante camiseta del canguro en el pecho. Había que ver, por ejemplo, a la Vieja Pizarro vestido así. El Pato Aimetta, que ese día estuvo en el banco, sin sacarse el buzo pese al calor, no paraba de gastarlo desde afuera.

Una situación desopilante que llegó al extremo cuando el propio árbitro la transformó en materia de su propia diversión. En cada lateral dudoso, acompañaba con su boca el reglamentario ademán. “¡Saca rayado!”, indicaba, cuando marcaba para a favor de la visita. “¡Saca canguro!”, se mofaba –un cómico bárbaro- cuando el saque de banda nos correspondía.

Al Pato ese humor ajeno no le pareció tan gracioso. Comenzó a interpelar al pito con un vocabulario poco adecuado, y el referi lo terminó echando. Eludió la boca del túnel y, mufado, se sentó arriba de una de las cubiertas que se ponían contra el alambrado para que no se estrolaran los corredores de midget. Así el Pato vio el resto del partido.

¿Tenía puesta la camiseta del canguro abajo del buzo?

No lo sabemos.

¿Si le preguntamos?

4 comentarios:

  1. Son unos hijos de puta. Leen pero después no comentan. Mejor ponga un contador de visitas.
    En Canguro y en el Satélite de Pompeya, los pibes iban con una remera vieja, se la cambiaban por una nueva del local y se tomaban el buque. ¿Cómo no iban a cerrar?

    ResponderEliminar
  2. muy bueno Leo, me gusto. un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Maestro Torresi ¿hay fotos de ese partido para compartir?

    ResponderEliminar