Lo que cuenta El Monitor
La plaza Libertad era la plaza a secas –salvo cuando llovía, lógico– hasta que los milicos, con las piedras que sacaron de Laprida, la convirtieron en una especie de ciudadela con sus taludes y el pasto arriba. Hasta 1981 era un potrero con un reloj destruido en el medio y una sola fila de subibajas sobrevivientes en la orilla de Posadas, frente a Santa Teresita, salvaguarda material del barrio gracias a su bendito pararrayos.
Había entonces en la plaza unas cuántas canchas demarcadas por el propio uso; la mejor, sombreada por las moreras, estaba sobre Fray Beltrán, frente a la casa de Claudio Bello, la casa de una señora que te dejaba entrar a tomar agua de la canilla y la casa de Carlitos Berta, víctima de un triste vaticinio de su peluquero: a los ocho años le dijo que se iba a quedar pelado a los catorce. Por fortuna, el peluquero falló en el cálculo: Carlitos –años más tarde apodado “El joven cabra”, por un llamativo pulóver de lana cruda que se había comprado en Bariloche- fue derrotado por la calvicie recién a los 18.
Pero mucho antes de todo esto, como sabemos, en ese lugar estuvo la cancha de Los Andes. El ímpetu adolescente de los hoy casi nonagenarios (y ya ni siquiera lúcidos) profesores Constantino Emilio Gaito (sobrino del gran músico Constantino Gaito) y Filemón Tévez y Tessone, nos permite contar con un impagable testimonio escrito sobre lo que sucedía en aquellos años 30 en la manzana qua delimitan las calles Laprida, Posadas, Beltrán y Gorriti.
Tragalibros de autores tan diversos como Leopoldo Lugones –era inmensa su devoción por los volúmenes “La patria fuerte” y “La grande Argentina”, ambos de 1930-, el poeta Oliverio Girondo o Jorge Gómez Aguila –uno de los padres de la ornicultura rioplatenese, apodado con socarronería El Gorrión-; ávidos de integrarse a los circuitos de transmisión cultural de la época (algo que conseguirían en épocas muy posteriores y solo relativamente), los futuros profesores decidieron empezar por algo sencillo. Fundaron una publicación –desconocida hasta el día de hoy- que se llamó El Monitor Crítico Rojiblanco.
En realidad, en su número cero, apareció como El Monitor Crítico, dedicado basicamente a difundir hirvientes panfletos a favor de La Segunda República Española, proclamada el 14 de abril de 1931. Se dice que luego, durante la Guerra Civil, los profesores llegaron a formar parte de las brigadas internacionales, bajo la solapada identificación de miliciano aprendiz C.E.G y miliciano cafetero F. T. y T.
Pero a semejanza de la histórica Nuevas Ideas -que Eduardo Gallardón editaba en una sola copia a mano que alquilaba a un peso- el número uno de la revista ya combinaba la informaciones de interés general y político con inefables semblanzas de estilo costumbrista sobre la actualidad milrayitas y quienes la perpetraban: los personajes involucrados con nuestro querido club. Entonces le añadieron el Rojiblanco,
Así El Moni (como el pueblo lomense apocopó su nombre) recogió la historia de Zinh Ton Nisson, rebautizado por la muchachada como Zito, un herrero y carpintero más bien apático llegado de Noruega a quien se encargó la fabricación de los primeros arcos que tuvo la cancha. Procedía Zito de una nación con escasa tradición futbolera y su conocimiento de las reglas del balompié era más bien rudimentario. Su deseo de favorecer al la institución hizo el resto.
“El trabajador nórdico -quedó apuntado en uno de loa artículos de El Moni- fabricó deliberadamente un arco más chico que el otro, pensando que nuestro team shotearía simpre hacia el mismo lado. Los directivos advirtieron la macana en un santiamén y con denuedo –en razón de que el operario no se maneja en nuestro idioma- le explicaron que de cualquier modo los rivales descubrirían enseguida el defecto: en la portería más baja era posible atarse los cordones apoyando el pie sobre le travesaño ¡Demasiado alevoso!”.
Zito enmendó el error y una vez que concluyó su tarea (dos arcos igualitos quedaron emplazados uno sobre Laprida y otro sobre Gorriti) los directivos actuaron con él sin ambages: lo premiaron “por su intento de favorecer deportivamente al club a cualquier costa”, asignándole un carné de socio vitalicio, a los 27 años.
La historia oficial -que alguna vez reparará el injusto olvido del herrero noruego- cuenta que la cancha se instaló en la quinta que pertenecía al señor Marcellini, que la alquiló al club por la suma de 150 pesos mensuales, a regir desde el 15 de junio de 1930. La inauguración, demorada solo en parte por el incidente con los arcos desiguales, llegó un año después, el 26 de abril de 1931.
Ese día hubo, por supuesto, un partido de fútbol. Los Andes ganó uno a cero, con un gol de Villén, cerca del final. En toda la jornada participarón unas 2.000 personas. Se disputaron carreras pedestres y se realizó una suelta de 400 palomas, bajo responsabilidad artística y sanitaria del Círculo Colombófilo de Lomas.
Esta última actividad no fue del agrado de los cronistas de El Monitor. “La suelta de aves, no así como la industriosa cunicultura, es un acto abusivo contra la integridad animal, y al mismo tiempo, medio pavote. Será arrasado por el avance progreso y la sesibilidad humana, y devendrá objeto de mofa de las futuras generaciones”, pronosticaron, con estrecha visión.
El show de semifondo, aquel día, fue un match de baloncesto que Los Andes le ganó 28 a 13 al Lomas Alumni. La prensa regional mencionó una formación titular integrada por los hermanos Frers, Caimari, Bastín y Berreta. Pero El Monitor Crítico Rojiblanco, nacido como un medio alternativo y contracultural, resaltó el desempeño en el partido de un jugador llamado Antonio Pizarrón Mendonça, proveniente de las islas de Cabo Verde, ex colonia portuguesa frente a las costas africanas.
Mendonça debutó a prueba y anotó ocho dobles. “Fue clave en el score y se ganó la simpatía de la platea femenina, siempre predispuesta al exotismo moreno. Sería provechoso que la institución lo retuviera”, figuró en la crónica de la irreverente publicación.
Lamentablemente, no hay registros claros de que así haya ocurrido. Una picardía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario